El responsable del café

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(Mahón, isla de Menorca,1970). Desde muy joven he venido ejerciendo el columnismo y la crítica literaria en numerosos medios, obteniendo en 1994 el premio Mateo Seguí Puntas de periodismo. Actualmente soy colaborador de la revista Librújula (Premio Nacional al Fomento de la Lectura, 2023). Poeta oculto, como narrador he publicado las novelas "En algún lugar te espero" (accésit del Premio Gabriel Sijé, 2000. Reeditada en ebook en 2020, Amazon), "Hospital Cínico" (2013) y "Summertime blues" (finalista del premio Ateneo-Ciudad de Valladolid, 2019); y los libros de relatos "Las espigas de la imprudencia" (Bcn, 2003) , "Domingos buscando el mar" (Premio Café Món de Narrativa, 2007) y "Sopa de fauno" (2017). He obtenido un puñado de premios y menciones en certámenes nacionales de cuento y algunos de mis relatos figuran en varias antologías. Desde 2002 vivo y escribo en Hospitalet de Llobregat.

jueves, 17 de abril de 2014

Tragicomedia de Ifni con Gila al aparato



            Torres se ha tomado casi tres años en publicar su nueva novela, Todos los buenos soldados, y eso se nota en el resultado: todo músculo y nada de grasa. Músculo tenso, pura fibra verbal, otro nuevo pulso ganado a la prosa anoréxica y como desmayada de tantos narradores de hoy. El madrileño ha montado una historia potentísima sobre la olvidada guerra de Ifni y, para no ir con medias tintas, ha incluido en ella a un personaje tan real como inesperado: el gran Miguel Gila. El cómico estuvo allí, amenizando a las tropas sitiadas, en la Navidad de 1957, hablando por un teléfono tras el que no había nadie, casi como una metáfora del desamparo de aquellos combatientes que, pésimamente aprovisionados, habían sido mandados a defender un pedazo de erial pedregoso. La novela podría funcionar igualmente sin la presencia de Gila, pero a Torres le gustan los retos y logra lo que a priori parecería imposible: elevar al risible artista a la altura de héroe involuntario.

Todos los buenos soldados
David Torres
Planeta, 272 Pág. 
            Todos los buenos soldados me ha hecho recordar otras dos novelas de ambiente castrense: La hija del coronel de Martín Casariego, situada en Melilla, y la más reciente y espléndida El tiempo de los emperadores extraños de Ignacio del Valle, que transcurre en el frente de Leningrado. La diferencia entre éstas y la novela de Torres es el personal tratamiento que el autor madrileño hace del humor, un humor acibarado capaz de pasar a la tragedia en pocas páginas, tal cual la vida misma. Sus personajes no sólo son creíbles, llenos de dobleces y heridas, sino que cobran aún más autenticidad en los brillantes diálogos, punto en el cual David Torres es un maestro absoluto.
El militar es un submundo en sí mismo, capaz de resumir lo mejor y lo peor del hombre. En ese mundo particular conviven desde el descreído Comandante Ochoa, héroe de la Guerra Civil, al despreciable y rudo sargento Armendáriz, modelo del legionario deshumanizado; del veterano de guerra Gordon, desertor americano que encontró en las playas de Ifni su paraíso, a Alonso, un romántico Alférez sin vocación; del Teniente Esnaola, que ha de resolver el asesinato de dos militares y que sueña con un traslado a la capital, a la pobre Adela, la única mujer de esta historia, espejo del sinsentido y la miseria humana. Todos ellos deambulan como incipientes fantasmas por un decorado de derrota colonial, de arena y silencio, donde bullen aún las viejas afrentas y laten la venganza y el ajuste de cuentas con el pasado. Y de entre ellos, sólo Gila parece ser el único capaz de convertir la amargura en risa, en humor absurdo, en bofetada a la realidad.
            Todos los buenos soldados es una magnífica novela sobre la podredumbre del alma humana, escrita con la pulcritud y el temple de un narrador de primera. Un libro que no se deben perder.